Lección de humildad. Capitulo tres.

Lección de humildad es un jalón de orejas para los que perdieron algo que no se debe perder nunca, la esperanza de ser feliz aunque sea momentáneo.

Eran las ocho, y no recuerdo cuantos minutos más, cuando nos ubicamos, previo uso de los siempre aseados servicios higiénicos del estadio, en "nuestros" asientos. Y digo "nuestros" por que no necesariamente eran nuestros, es decir, las entradas tenían su numeración pero pensábamos que nadie las respetaría. Bueno yo pensaba eso pues la última vez que fui a ver a Perú jugar fue también contra Argentina pero esa vez jugaba Maradona y yo solo recuerdo que fue en el estadio nacional. Y lo recuerdo pues mi mamá siempre me recuerda que le debo la millonada que le costo posicionar nuestra anatomía en occidente baja y no me consta haber estado viendo los numeritos en los asientos.

Una vez sentados me distraje viendo lo que hacía uno de los polizontes por la gran pantalla del estadio, pantalla que sería ciertamente útil si por lo menos pasaran las repeticiones de los goles o, mínimo, las jugadas importantes, pero bueno, viva el Perú carajo y chau polizonte. Luego llegó la banda nacional y hubo una exhibición de orden cerrado de alguna fuerza armada. No escuche bien pero fue un buen espectáculo.

Todo estaba tranquilo hasta que llegó un enorme gorila a reclamar que mi potito estaba en su asiento, así que me moví un lugar y conmigo no era la cosa. Lamentablemente la rolliza cadera de este grandulón no copaba en los humildes asientos de plastico asi que tuve que soportar, no solo una parte de su humanidad topando mi brazo derecho, si no los comentarios inoportunos y antipatrióticos que salían de ese nido de ratas que no podía ser llamado hocico y mucho menos boca.

Felizmente llegó el momento en el que salían los arqueros a calentar un rato. Primero salieron los argentinos y era inminente la silbadera y los insultos. Luego salio Butron, Fernandez y los preparadores y fueron recibidos con el aplauso respectivo. Al terminar el calentamiento nos movimos nuevamente de lugar pues los asientos en los que estábamos tampoco tenían nuestros números y alguien ya los reclamaba. Caballero no mas. Yo feliz, con tal de no estar al lado de ese gordo ignorante.

Nos ubicamos una vez más, mi hermano pidió un sanguchito de cartón y pollo deshilachado y una gaseosa disfrazada de coca cola. Olas iban y venían, tantas que cualquiera podía pensar que aparecería la gringa Mulanovich en cualquier momento. Lo peor de todo era que siempre llegaba la ola cuando tenia el sorbete en los labios. Repentinamente llegó un grupo de jóvenes que tenían el numero de los asientos en los que estábamos en sus entradas, así que nos movimos otra vez. Llegamos a las escaleras y le dije a mi hermano:

"Una botada más y voy a reclamar mi asiento aunque una viejita sangrando esté sentada ahí"
"Vamos mas abajo" - Me dijo, como si no me hubiera escuchado.

Nos ubicamos en un lugar bajo, casi llegando a la mitad de oriente, un buen lugar en realidad, yo rezaba para que no venga nadie a sacarnos de ahí. De todas maneras el aburrimiento era tal que me puse a escuchar música con el celular y justo en ese momento salieron a calentar todos los argentinos y ahora la distracción era reconocer quien era quien y, bueno, verlos así de cerca es otra cosa. Son personas comunes y corrientes que morirían por una bala. Y digo eso por que la fama y el talento los vuelve algo cercano a un dios o algo así. Obviamente los insultos eran como una lluvia selvática e imaginaba que ellos ya estarían acostumbrados. Yo me disponía solo a observar las jugadas que hacían y a asimilar que estaba a metros de Riquelme y de Messi.

Oye tu, si tu, jugadorísimo argentino,
te crees mucho por que patear el balón te a hecho rico,
pues en el fútbol no cuentan las cuentas del banco,
cuenta el amor propio, los huevos, la garra y el tino.

Entonces pasó lo que tenía que pasar, luego de que los jugadores regresaran a los camerinos, la banda se iba posicionando, había movimiento abajo de occidente y al rato salieron todos los jugadores con sus uniformes a cantar los respectivos himnos nacionales. Primero fue Argentina y no pude escuchar nada por que la cantidad de silbidos era tal que los anteojos de un señor a mi costado se rajaron. Luego llegó el himno nacional peruano, uno de los más bonitos del mundo, la gente se puso de pie y la banda comienzo a tocar. Yo nunca había cantado el himno nacional junto a tantas personas y nunca lo había hecho con tanta fuerza y con tanto orgullo.

Somos libres, parrilleros, escucharon?
libres de meterles los goles que queramos,
libres de mentarles la madre si queremos,
libres de patearles la cara, el cul* y los huev*s.

Somos libres, gauchitos, y estoy seguro que escucharon,
todas las lisuras que quisimos que escucharan,
somos libres, libres para decirles lo que les falta,
humildad, optimismo, garra, ambición y confianza.

Comenzó el partido y el ambiente en el estadio era impresionante, contagiaba todo tipo de sentimientos. Yo estaba recontra nervioso, temblaba.

Fin de la tercera parte.

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