El dedo del augurio

"Y en mi agenda un día normal y en un libro ganas de huir, despertar junto al mar y reír, no pedir, no juzgar y vivir." Gianmarco - Vientos del sur



Estás triste, hermano, estás todo pálido y pareces dormir. De hecho estás soñando con lo injusta que es la vida, lo lento que camina el tiempo cuando nadie te ve, lo increíble de las cosas que suceden cuando logras sonreír. Supongo que sueñas, claro, porque no sé qué estará pasando contigo ahora, tal vez están que revisan tu vida en una balanza, tal vez caminas por un túnel oscuro, tal vez solo descansas, no sé, pero sea cual sea el caso, si estás entre el bien y el mal en este momento, le vas a dar harto relajo a los angelitos que cuidan tu camino, y más de una buena conversación. 

Pasaste tan desapercibido que, por más que hago memoria, no recuerdo cuándo nos conocimos, tal vez el 2004, tal vez el 2005, no logro ubicarte porque, la verdad, nunca traté de darte un espacio. La actitud de un chico de 15 años, estudiante de secundaria, no siempre es la mejor, lo admito, más aun tratándose de mí, y más aun tratándose de ti. La verdad es que maldigo esos momentos estúpidos en los cuales no te hice sentir parte del grupo, me arrepiento de haber dejado que los prejuicios guíen mis decisiones y me duele mucho saber que fueron pocas la veces que pudimos conversar como personas civilizadas, como compañeros de clase, como amigos, porque eso es lo que éramos después de todo: amigos.

Mientras te dedico este espacio y estas letras, recibo algunos recuerdos que no me tomé la molestia de almacenar como favoritos en la pestaña de mi corazón. Recuerdo que elegías estar solo, a veces con alguien más, pero solo por lo general, y conversabas con el portero del colegio buscando, no sé, algo que nosotros no podíamos darte, tal vez, algo diferente. Siempre con las manos en los bolsillos, los labios doblados y las pestañas caídas. Siempre serio, resistiéndote a sonreír hasta que no podías más contra la amistad, demostrando que una sonrisa puede iluminar hasta el rostro más endurecido. Tú rostro. Era fácil recordar tu rostro. Era fácil burlarse de ti. Ahora es difícil entender que, la verdad, envidiábamos tu mirada, la calma que transmitías, la tranquilidad que parecía nacer en tus ojos, hipnotizando a cualquiera que se atreviera a congeniar contigo, a entenderte.

Yo me atreví, muchas veces me atreví y lo sabes, porque cuando yo no era un idiota, era tú, o alguien parecido a ti. Y cuando más personas se atrevieron, no solo empezaste a sonreír más, sino también comenzamos a intercambiar pedacitos de nuestros corazones, a reírnos de nosotros mismos, a compartir nuestros silencios. Silencio, no pienso en otra cosa que no sea silencio, te miro y no puedo evitar pensar en qué hubiera pasado si fuera yo el que descansa, si no fueras tú y si sería alguien más, alguien más cercano a mí, alguien de los cerca de diez compañeros de la promo que hemos venido a verte por última vez, como si nos hubiéramos visto ayer, como si te hubiéramos buscado antes, como si estuviéramos arrepentidos de no haberte tratado mejor cuando pudimos hacerlo, cuando no te dejabas.

Tengo que agradecerte porque verte así ha sido como verme a mí mismo, verte ha hecho que vea mi interior y me dé cuenta de que aún faltan algunas cosas que tengo que ordenar por mi propio bien, por ese bien que a veces está mal, por el bien que entendí cuando me contaste la historia de tu dedo, cuando te reíste de ti mismo, cuando terminé de entender que eras un tipo complejo e increíble, cuando terminé de conocerte y de darme cuenta que las apariencias engañan, por Dios que engañan, te juro que las apariencias son una tremenda estafa, hermano, deberíamos nacer con un cartel que nos advierta eso. Aparentabas algo que no eras, eras algo que no aparentabas. Me explico: cuando te vi por primera vez pensé en todos los sobrenombres con los que te iba a hacer la vida imposible, cuando te vi por última vez pensé en abrazar a cada una de las personas cuya ausencia haría imposible mi vida.

Agarra tus alas y entra de una vez al cielo, mándame una gota de lluvia por cada momento bueno que vivimos y un trueno por cada vez que agonizamos. No es un buen momento para pedir perdón, tampoco para arrepentirse. Es un buen momento para reinventar el alma, para darme cuenta de que me ayudaste, sin querer, a madurar, a crecer, a pensar.

Gracias, donde quiera que estés, espero que sea un hasta luego.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Torociones

Veintiséis de noviembre del dos mil diez

Lección de humildad. Capitulo cuatro.