Un destino para las promesas

El olvido y la muerte son dos cosas diferentes, ambos tienen un tiempo particular y caminos divergentes. Olvidar no es morir, es simplemente poner las cosas en su lugar y seguir porque hay que seguir. Morir, por su parte, es el final, aunque se muera de pena o de felicidad, no existe el más allá y, si existiera, todo sería igual, lo feliz, feliz, y lo triste, triste. Digamos que son las dos caras de la moneda que se lanza a la vereda después de preguntarse si es mejor rendirse o aguantar.

Por ejemplo, el recuerdo no tiene nada que ver con la vida. Recordar es el privilegio de viajar al pasado para volver a tener por un momento lo que perdimos. Vivir, en cambio, es el misterio más grande del universo, una breve alegoría a la indivisibilidad de los neutrinos, la forma subatómica elemental del equilibrio, que cada segundo acribillan las partículas de nuestro cuerpo sin dejar rastro, como cuando la muerte nos abraza sin poder llevarnos nada, luego de tenerlo todo. 

Somos los neutrinos del tiempo, atravesando con violencia su cuerpo sin que se detenga ni un cronón a revisar si es mortal la herida que al hacerlo nos abrimos en el pecho. Somos un puñado de polvo de estrellas que ha viajado absurdas distancias durante inconmensurables años, solo para ser parte de una vida que apenas respira y a penas camina, buscando las llaves olvidadas en el bolsillo de la gabardina con la que sale a buscar la felicidad donde no está y el amor donde no existe. 

Estamos llenos de falsas esperanzas que exigimos y de contratos imposibles que firmamos para perderlo todo mientras buscamos un destino para las promesas que hacemos cuando somos felices, las palabras que decimos cuando nos enojamos y las decisiones que tomamos cuando estamos tristes. Hacemos todo lo que debemos evitar, como si el futuro no fuera un invento para hacer del mundo un infierno, al igual que las guerras, aunque te salves, o el dinero, aunque te sobre.

Un invento, como el pasado, con el que también se obtiene el mismo resultado. Ambos son como estrellas que ves y crees que viven en algún lugar del universo y les pides un deseo, sin saber que realmente pueden ser la luz de su propia muerte viajando hacia nosotros en una estela de mentiras, haciéndonos creer que existen cuando realmente son cadáveres hermosos que caen violentamente con la intención de destruirnos, como lo hacen las promesas que nunca cumplimos.

Lo único que tenemos es el presente, la certeza de un momento anclado permanentemente en un ahora que nunca termina ni comienza, como el amor, aunque no lo sientas, o el dolor, aunque lo ignores. Este es el lugar donde deberían nacer, vivir y cumplirse cada una de las promesas para que terminen siendo eternas y evitar que, como las estrellas, iluminen sin saber si nacieron, si están vivas o si ya murieron, o si moriremos nosotros antes de entenderlo, en la víspera, en el intento.

Comentarios

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