Cartas de Soledad. Prólogo.

"... y caminé porque aprendí que no hay peor cosa que detenerse". Los días dejaron de ser los mismos cuando dejé de ir al parque del malecón con mi mamá a jugar a la pelota, a ver el mar y a oler el pasto humedecido de sonidos que condensaban más risas que llantos. Eran frescas tardes de verano y de cielo rojizo que parecían hechos para nuestros abrazos, para que la felicidad nos enseñe a respirar el aire del amor que nunca exhalas cuando eres niño, solo te llenas de él. Pero crecí como crece todo el mundo. Porque nadie está libre de la maldición de crecer y tener que desprenderse obligadamente de los lacitos de colores primarios que te amarran a la ternura y a la inocencia de los años que todos mueren por volver a vivir. Porque solo se vive en esos años. Luego se va muriendo. Se va exhalando. Aprendí a madurar y lo tuve que poner en práctica casi obligado buscando el destino que tiene para mí el Dios que me ama. Sugerí una escalera al cielo para facilitar el trámite de m...